domingo, 4 de septiembre de 2011

Zapatismo zapaterista neoliberal

Por José da Cruz

Estas son reflexiones sobre el proyecto Aratirí. Se trata de explotar un área rica en hierro, extensa como dos departamentos de Montevideo. El mineral irá por ferrocarril hasta un futuro puerto de embarque en Rocha. El dueño del proyecto es un consorcio privado y pagará al estado un cánon anual.
Esto es conocido y por ahora es una idea. Concretarla implica intervenir en el tiempo y el espacio, en la cultura y la naturaleza, en la ley, la costumbre y el futuro nacional. Es decir, es una toma de posición política sobre el destino del territorio y el futuro social.

Sin embargo, el proyecto, como el de la pastera fraybentina, no nació de los políticos. Programas e idearios votados suponen un modelo de país oscilante entre zapatismo zapaterismo y neoliberalismo, pero una propuesta empresarial se orienta a la ganacia. No será de otro modo, por mayor o menor responsabilidad social asumida por los propietarios.
Como no es una propuesta de la dirigencia ni responde a un proyecto colectivo de país, no se puede discutir públicamente. Hay secretos industriales, acuerdos ocultos, negociaciones reservadas, garantías de privilegios y exclusividades. De otro modo no hay inversión. Siempre es así.
Un plebiscito sobre el ser o no ser de Aratirí, si tal disparate fuera posible, arriesga transformarse en democracia de opereta. Si resultase en un rechazo simplemente se hará otro, mejor enmascarado, hasta que salga el sí. Es la experiencia reciente de Europa. Igual que con la celulosa, lo discutible no es un tema de tecnologías, sino de hacia dónde vamos, y el tema quedó supuestamente resuelto con la elección de gobernantes.
Nuestros políticos sin embargo reflotan un desarrollismo de la década de 1960, pero el mundo es otro. La gente los votó y votó un programa. Alguien vino y ofreció “déjenme sacar ese hierro y les doy una torta de guita” y cambió el panorama. 
Según las noticias la única discusión existente trata de cómo gastar la futura fortuna, frivolidad perecedera hasta el día que alguna presión oscura nos imponga un nuevo, brillante y exitoso canje de deuda. Adiós mi plata.
El país futuro, según este proyecto unánimemente defendido por el sistema político, se compone de apuestas puntuales en enclaves de zonas francas y beneficios marginales. Qué bueno, el país ganará un puerto oceánico, pero hace ya 120 años se habla de la necesidad de construirlo y poco se ha realizado hasta hoy. ¿Este país no existe como tal?
Si todo esto es bueno o malo no lo sé, y hay mucho más que no sé. No dudo, sin embargo, de que la extracción y el transporte de mineral necesitan energía, mucha energía eléctrica concentrada en puntos de consumo intensivo. Eso descarta la producción basada en fuentes alternativas y deja como opción lo de siempre: petróleo, carbón o uranio. Es parte del modelo y habrá que aceptarlo. Los graneleros del mineral pueden traer a Rocha, por ejemplo, carbón para una termoeléctrica.
Las transformaciones sociales y geográficas necesaarias van mucho más allá de los campos de Valentines. El país que generarán nos puede gustar o no, y eso es lo que las elecciones entre zapatistas zapateristas y abiertos neoliberales intentaron definir. Una opción tenía forma de círculo y la otra de cuadrado, pero hoy se logró la cuadratura del círculo.
La mayoría ciudadana parece ver en este proyecto, así como en la forestación o la agricultura bioindustrial, señales de un camino hacia la pertenencia al mundo globalizado, la posmodernidad y etcétera. Sin embargo, “pertenecer” significa “ser parte de” o “ser propiedad de”. A llorar al cuartito.

José da Cruz es geógrafo y corresponsal de La Callejera en Brasil.

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