viernes, 22 de octubre de 2010

Vecina de la calle y amiga de la vida

Por Gabriela Fernández

Beba hizo del barrio su casa. De estatura media, no muy gruesa, con la piel arrugada y curtida por el sol,  conservó siempre los rasgos suaves de su pequeño rostro. Unos vivaces ojos claros, ocultos tras los párpados caídos, estaban siempre alerta a los peligros de la calle. Las cicatrices de sus piernas, marcaban un pasado de poca salud. Su vestimenta habitual era un pañuelo atado a la cabeza, camisa blanca y pollera larga de flores.
Muchas son las historias que pretenden explicar por qué esta maestra fue a parar a la calle. Algunos cuentan que su familia la abandonó; otros que, a consecuencia de la muerte de su único hijo, perdió la razón. Lo cierto es que poco a poco, con unos trozos de cartón y otros de madera, armó su casa.
Apoyada contra un árbol y rodeada de plantas, la precaria vivienda soportó el azote de varios temporales ante los ojos incrédulos de la vecindad. La rodeaban pizarrones donde ella, en plenos ataques de esquizofrenia, con una letra redonda y pareja, escribía mensajes a seres que sólo existían en su mente.
En la madrugada, se escuchaban gritos: era Beba peleando con estos individuos imaginarios, como el Quijote con los molinos de viento. Por la mañana bien temprano, como si nada hubiera sucedido, se la veía caminar con un balde lleno de agua; prolija como pocos, todos los días lavaba su ropa. Más tarde, las prendas colgadas en la cuerda, eran testimonio de la tarea; el olor a jabón y sol inundaban el aire.
Algunos días se la veía conversar en el banco de la plaza con una mujer; dicen que era un familiar que le alcanzaba dinero.
En varias oportunidades las autoridades la llevaron de allí. Pero ella, fiel a su sentido de pertenencia, y sin saber cómo, volvía al barrio; con el tesón de las hormigas reconstruía su rancho. Así, durante años.
Pero un día, primó el sentido común; entonces, se la llevaron para siempre.
Hoy, cuando miro la palmera vacía, veo a Beba, y pienso en esa mujer que no encontró un sitio adecuado en el mundo. No sé dónde está, ni si vive aún; lo único cierto es que el lugar donde fue feliz es esa esquina, justo allí, enfrente de mi casa.

1 comentario: