lunes, 14 de marzo de 2011

Demonios y fantasmas

Por Javier Russo

“El problema con las violaciones a los derechos humanos y sus consecuencias se terminará dentro de 100 años, cuando todos estemos muertos, tal como lo dijo en su momento el presidente José Mujica”. Declaraciones de Rodolfo Nin Novoa a la prensa en enero 2011.

Agosto 2030, en algún lugar del mundo.
–Atendé, atendé hijo de puta, atendé.
Alicia se come las uñas de las manos como si fuera lo único que comiera en los últimos cien días. Muerde con rabia y escupe con asco.
–Atendè de una vez.
–Hola… ¿Qué pasó?
–¿Yo estaba despierta cuando se llevaron a papá? Vos sos mi hermano, no me podés mentir.
–Sí, Ali, estábamos despiertos.
–Yo sabía, yo sabía. Sabía que no lo había soñado. ¿Por qué siempre nos dijeron que estábamos dormidos?
–No sé, pero estábamos despiertos… Alicia son las tres y media.
–¡¿Y?! ¡¿Qué mierda importa?! ¿Los tres estábamos despiertos?
–Sí, los tres.
–¿Y vos cómo te acordás?
Daniel respira hondo y se sienta en la cama al tiempo que cierra fuerte los ojos con gesto de dolor. Los años no vienen solos, piensa.
–¿Por qué te crees que cuando los tíos o la abuela me rezongaban siempre me escondía debajo de la primera mesa que encontraba? Cuando ellos entraron yo me metí debajo de la mesa de la cocina.
Al tiempo que cuenta esto, Daniel se lleva una mano a la parte superior de la cabeza con la palma hacia arriba, como protegiéndose de algo.
Alicia bebe un sorbo del té que la ayuda a soportar el frío de las noches de invierno. Sus ojos celestes están perdidos mirando nada. Son hermosos, pero las enormes ojeras negras los achican, los opacan. Marcados surcos en la sien denuncian años de cerrarlos fuerte para evitar esos malditos recuerdos que siempre vuelven, que no murieron, ni con el tiempo, ni con los dos demonios.
En agosto de 1972 Alicia tenía tres años, Daniel siete y Oscar ocho. Esa noche los militares irrumpieron en su casa y se llevaron a su padre, quien pasó largos años preso en el Penal de Libertad.
Alicia empezó y terminó la escuela. Nunca su padre estuvo esperándola a la salida. Vio crecer sus pechos, vio morir a su abuelo, dio sus primeros exámenes en el liceo y jamás se acostumbró a su  ausencia. “Nunca me alcanzaron los veinte minutos cada quince días de visita”, escribió en un cuaderno íntimo.
 Ella sí fue a esperarlo a la salida, quería abrazar a ese señor que amaba tanto y conocía tan poco.
–Yo siempre tuve la imagen de que hicieron mucho ruido.
–Claro, si rompieron todo cuando entraron.
–¿Es tu hermana de nuevo?
–Sí, pero ya colgó; quedate tranquila.
–¿Cuándo se le va a pasar? Hace veinte años que vivimos juntos y todos los agostos te llama de madrugada por lo mismo.
–Y bueno, no sé si eso se cura… Seguí durmiendo. Hasta mañana.
 Daniel  apagó la luz, se deslizó en la cama y se tapó hasta la cabeza para que la cascada de recuerdos no lo tumbara. Él tampoco pudo seguir durmiendo.
Durante el año 2010 el presidente José Mujica sostenía que en la década de los ’70 en Uruguay habían existido dos bandos que se enfrentaron a través de una guerra interna. Y agregó que cuando los líderes de esos bandos murieran, entre ellos el propio Mujica, el tema de la violación a los Derechos Humanos y la impunidad de los violadores se terminarían, quedarían en el pasado.
Con esta teoría, que en ese tiempo se conoció como “la teoría de los dos demonios”, Mujica pretendía explicar que la dictadura cívico-militar y sus consecuencias eran cuestión del pasado y no del futuro.
Alicia hoy tiene 60 años, hace 30 que toma pastillas y 20 que todos los agostos despierta a su hermano por las madrugadas buscando respuestas. Los demonios de Mujica ya murieron, pero los fantasmas de Alicia siguen tan vivos como en aquel invierno del ’72.

Publicado en La Callejera nro. 4, marzo 2011.

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