lunes, 14 de marzo de 2011

Vender a dos orillas

Por Azul Cordo y Gonzalo Gutiérrez

Ariel Amadeo es vendedor de la revista Hecho en Buenos Aires y hace dos años que también vende la revista para los sin techo de Uruguay. La Callejera dialogó con él en su segunda visita a Montevideo.


Retacón, camina ansioso y habla con voz estridente. Carga dos bolsos, en uno lleva menesteres personales, en el otro, las diez o veinte revistas que venderá ese día. Y de su cuello cuelgan los auriculares, conectados a la radio durante todo el día.
Así llega Ariel al encuentro en un bar del centro montevideano, capital donde pasó por segundo año consecutivo las Fiestas y terminal desde la cual partió para la Costa de Oro a pasar el verano trabajando y tomando sol.

“Yo vivo el día a día”, afirma este hombre que nació en La Plata (Argentina) y que vive en la ciudad de Buenos Aires. Toda la vida fue vendedor de algo. Su último trabajo formal fue “vender cartelitos para precios”, es decir, los pequeños rectángulos hechos de cartón o plástico que utilizan los comercios para colocar el valor de sus productos en las vidrieras. El dueño de esta fábrica de carteles quebró y Ariel quedó en la calle de un día para el otro.
Desde mayo de 2009 vende la revista Hecho en Buenos Aires (HBA). Por entonces dormía en la terminal de ómnibus de Retiro, pero de a poco, con las ganancias de la venta se pudo mudar a distintos hoteles y pensiones en el barrio de Constitución.
En este año y medio armó su estrategia de venta: “vender a los negocios es la solución”, explica, y queda claro que con la revista repite los modos y encares como cuando vendía cartelitos. No sube y baja de los ómnibus como tantos otros vendedores ambulantes aquí y allá, ni las ofrece una por una en las calles, excepto “si me cruzo con algún transeúnte que te pone buena cara y tiene pinta de progre, de intelectual, que se va a enganchar con los contenidos de este tipo de publicación”.
En Buenos Aires compra las HBA y se va para el sur. “Ninguno de los vendedores va hacia allá”, indica en referencia a ciudades como Avellaneda y Quilmes, e incluso no hacen tantos viajes en bondi dentro de la Capital con dirección a zonas como Liniers y otros barrios alejados del centro.
“Muchos de los vendedores retiran las revistas en el local de Hecho en Buenos Aires (ubicado en el Bajo porteño) y lo venden por ahí nomás; entonces pasás por San Telmo y si la ofrecés te dicen ‘No, gracias, por acá ya pasaron’. Hay que buscar otros lugares de venta, más allá del lugar de venta que te den en la redacción”, remata.
Ariel ya conocía Montevideo. Cruzaba el charco para vender los benditos carteles en negocios de esta ciudad. Mientras vendía la HBA, se enteró que existía una publicación similar, vendida por personas que están sin techo o en otras situaciones de vulnerabilidad, en Uruguay. Viajó en el verano de 2010, con la dirección del local de FactorS (organización que surgió a partir del proyecto de revista cuyo nombre llevaba la anterior versión de La Callejera). Recibió el capital inicial de diez revistas, las vendió y enseguida volvió por más.
En Montevideo, se hospedó en la Casa del Inmigrante César Vallejo, ubicada en la Ciudad Vieja, y desde allí salió cada mañana durante más de dos meses calurosos a vender la revista por los negocios del centro, pero también por la costa. Conoció Punta del Este y caminó las arenas de Atlántida, Parque del Plata y Las Toscas, ofreciendo el material periodístico.
“No es fácil vender una revista por la calle, porque muchas veces la gente prefiere gastar en golosinas u otras cosas, en lugar de una revista original”, cuenta Ariel y agrega que ser vendedor de un producto así tampoco es para cualquiera: “Tenés que perder el pánico escénico y enfrentarte a un cliente tras otro. Si sabés lo que estás vendiendo podés convencer al otro. Pero es clave leer la revista, porque si no la lees no podés explicar qué estás vendiendo”.
Según este vendedor de toda la vida, es difícil que puedan vender este tipo de productos o que se vuelvan vendedores ambulantes, aquellas personas que “trabajaron en relación laboral de dependencia y con horario fijo”. “A un tipo que trabajó veinte o treinta años en una fábrica o en una empresa, que tenía una función específica todos los días, que estaba seguro de qué iba a hacer cada vez que llegaba a su lugar de trabajo, y de repente se quedó sin laburo, no puede arrancar a vender así, sin límites, sin jefes, dependiendo de su propia voluntad para salir cada día”; sin embargo, remarca que no es imposible y que hay que intentarlo.
“En el verano es más lindo pasar acá”, rememora con una sonrisa que se dibuja levemente en su rostro, mientras no promete, pero supone que vuelve el verano próximo. No habrá oleaje que se lo impida, porque viaja por vía terrestre, en un ómnibus directo: Buenos Aires-Montevideo.

Publicado en La Callejera nro. 4, marzo 2011.

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