lunes, 14 de marzo de 2011

Recuerda quién te parió

Por Azul Cordo

Marzo y noviembre son dos meses que mediáticamente podrían monopolizar las mujeres, a través de dos fechas significativas: 8 de marzo, Día de la Mujer; 25 de noviembre, Día de la No Violencia hacia las Mujeres. Y ya está. Cumplimos. De forma institucional, con campañas del Estado, con titulares en los diarios, con notas en la tele, cumplimos.
Ocurre que las estadísticas se engrosan, más allá de los mensajes para concientizar. Ocurre que dos mujeres fueron asesinadas y otra gravemente herida por sus ex parejas, en la vía pública, en los departamentos de Canelones y Treinta y Tres, el 9 de diciembre del año pasado, días después de que por todos lados nos rasgábamos las vestiduras alertando sobre las cifras de la violencia de género en el Uruguay.

Lo personal es político. ¿Quién lo duda ya? Y con estas fechas también suele ocurrir que pensar la violencia sólo queda en lo físico –que no es poco–. En los últimos años, sin embargo, se empezó a nombrar la violencia psicológica, que está tan presente como la otra. ¿Pero no es momento de pensar otras violencias también, ejercidas hacia distintos sectores?
¿Acaso no es violento que las mujeres sigan percibiendo salarios menores que los varones; no es violento tener que tener al menos dos trabajos y menos tiempo para nosotras mismas y para nuestros seres queridos; no es violento que la imagen de la mujer se vea cooptada por tetas y culos en las tapas de las revistas; no es violento que seamos parte de redes de trata; no es violento que la ley no nos permita decidir completamente sobre nuestros cuerpos?
La doctora en filosofía, militante por los derechos de las mujeres, política con perspectiva de género, Diana Maffía, destacó en una entrevista que “según Naciones Unidas el 2% de las mujeres tienen el manejo de los medios de producción. El 98% restante lo tienen los varones. Los recursos económicos se concentran en manos masculinas” [1].
“En una relación laboral uno vende su fuerza de trabajo y el otro la compra, concentra los medios de producción y genera una plusvalía. En términos de sexualidad, hay una plusvalía económica y emocional sobre los cuerpos de las mujeres. Y no hablo sólo de ejercer la prostitución, considerando una corriente que se autodefine como trabajadoras sexuales y otra que remite a esto como una forma de esclavitud (la esclavitud sexual), sino también que hay un control de los cuerpos hacia las trabajadoras domésticas, e incluso el manejo patriarcal sobre la legalización del aborto”, agregaba Maffía.

Abortar el cinismo
El aborto es una realidad en Uruguay, como en el resto de los países del mundo; sólo que en algunos su práctica es legal, y en otros se pena con largas condenas sociales y de encierro. Aquí, distintas organizaciones sociales y feministas llevan adelante la campaña para despenalizar el aborto, entre ellas Mujer y Salud en Uruguay (MYSU). En la actualidad existe un promedio de 33 mil abortos voluntarios que se realizan por año de manera clandestina en el país, y la mortalidad de mujeres por esta causa se redujo drásticamente en los últimos siete años, desde que se popularizó, boca a boca, el uso de misoprostol (ver La Callejera Nº1, noviembre 2010).
En la orilla más cercana, la argentina, también están en plena Campaña Nacional por el Aborto Legal y Gratuito. En referencia al lema de la misma, que puede repicarse también en estas latitudes, Maffía indica: “Nos deben una ley por la despenalización del aborto, pero también nos deben educación sexual para decidir, y anticonceptivos para no abortar [2]. Nos deben autonomía”.
En el mismo camino se expresa Lilián Celiberti, coordinadora del colectivo feminista uruguayo Cotidiano Mujer, quien reflexiona –a 25 años de la creación de este espacio– que “a pesar de todo lo que hemos andado en este cuarto de siglo, todavía hay un núcleo central en el que falta avanzar: la autonomía de la mujer con su cuerpo, con su sexualidad, con sus pensamientos, y poder decidir sobre sí mismas”.
“Como venimos de culturas racionalistas, hemos dejado el cuerpo como un territorio neutro, cuando no lo es; es un territorio de poder: por algo tenemos los índices de violencia que existen en este país y en el mundo”, agrega.
¿La violencia hacia las mujeres qué está expresando? Celiberti afirma que “hoy en día esta violencia es una respuesta a la descomposición del sistema patriarcal, porque detrás de esa mujer golpeada, hay una mujer autónoma, hay una mujer que decide sobre su vida, una mujer que dice no y que no acepta la violación de su cuerpo, ni un matrimonio o embarazo forzado, hay una mujer que aborta si tiene que abortar, y que decide cosas de su vida. Entonces el cuerpo es el último estertor donde actúa el patriarcado”.

Perspectiva negra
La población uruguaya que se autopercibe como afrodescendiente alcanza el 10,6% sobre un total de 3.334.052 (INE, 2009), o sea: 315.198 personas, y de ellas, 161.046 son mujeres. La mayoría de lxs afro se concentran en los departamentos de Montevideo (141.392), Canelones (39.109), Rivera (23.944) y Salto (16.228) [3].
Un estudio realizado por Inmujeres da cuenta de las diferencias entre la población afro y no-afro, presentando la primera mayor porcentaje de pobreza, menos acceso a la educación, menor cobertura de salud, menores salarios percibidos, puestos laborales más bajos, respecto de la segunda.
Entre las cifras que maneja la Encuesta Continua de Hogares (ECH), el 39,6% de lxs afrodescendientes viven en hogares pobres, y además esta condición representa el 55% de lxs niñxs afro. En cuanto a los ingresos, “el porcentaje de mujeres sin ingresos propios triplica el porcentaje de hombres en idéntica situación”, sumado a que lxs afro perciben un 29% menos en el salario medio por hora de trabajo en la ocupación principal respecto de la población no-afro.
Esto repercute en que las mujeres afro presenten los valores más altos de la tasa de desempleo (14,3%); quienes tienen entre 14 y 24 años “muestran la mayor tasa de desempleo de la población, donde una de cada tres mujeres activas no logra acceder a puestos de trabajo” y un 72% de las mujeres afro ocupadas en trabajos no calificados son trabajadoras domésticas.
Percibir mayores y mejores salarios siempre está vinculado al nivel de estudios alcanzado por cada persona, pero ocurre que el 15% de lxs niñxs afrodescendientes entre 4 y 5 años no asisten a ningún establecimiento de enseñanza. Esto tiene vínculo directo con que “la población afrodescendiente joven (de 18 años y más) presenta los porcentajes más bajos de asistencia a establecimientos de enseñanza”, y que sólo un 7% de la misma “cursan o cursaron estudios terciarios, universitarios, no universitarios, magisterio y/o profesorado”.
En el área de la salud, el 54% de las mujeres afro cuentan con cobertura del Ministerio de Salud Pública (MSP), y sólo otro 33% de ellas tiene cobertura de Instituciones de Asistencia Médica Colectiva (IAMC).

Clasificadas
Los carros recorren la ciudad. De mañana, de tarde, en medio de la madrugada, escuchamos los cascos de los caballos que, con o sin lluvia, responden a las órdenes del clasificador que buscará en bolsas, contenedores y volquetas su pan diario.
Al frente del carro se los ve a ellos de pie, diciéndole “¡Dale! ¡Dale!” a su caballo, acompañados por un compañero, a veces por sus hijos, y en escasas ocasiones por sus parejas. Las mujeres suelen dedicarse a la clasificación “fina” en el hogar, acompañadas por sus hijxs, y también están a cargo de la limpieza de sus casas y de la alimentación de los animales, su equino y los chanchos, si se dedican a la cría.
Distintos estudios sobre clasificadorxs reafirman la postura de que este sector informal existe desde hace más de un siglo en el Uruguay y se reproduce porque quienes viven de la clasificación provienen de familias clasificadoras; esta hipótesis se diferencia de aquella que sostiene que el número de recicladores se incrementó tras la crisis de 2002 en el país.
En el caso de las mujeres, o bien se criaron en un hogar clasificador, donde al menos uno de sus miembros se dedicaba a esta actividad, o viven en asentamientos y se vinculan a la clasificación por ser parejas de un clasificador.
El 90% de ellas y ellos tienen escolaridad baja: no más de seis años de estudios, sumado a que, a pesar de manifestar los anhelos de que lxs hijxs puedan estudiar y tener otra vida mejor, también es real que muchas veces no tienen con quién dejarlos cuando salen a recolectar y deben llevarlos consigo. Esto desencadena en trabajo infantil, que atraviesa incluso una dimensión lúdica, “buscando juguetes en la cantera”, y en reproducir prácticas de género como la limpieza del hogar, cuidar a lxs hermanxs menores y/o alimentar a los animales. No tener buen nivel de estudio también impide acceder a mejores puestos laborales.
La principal actividad económica que realizan las mujeres clasificadoras es la llamada segunda clasificación, es decir la clasificación y acondicionamiento de residuos dentro de sus propios hogares, aunque ésta generalmente no es vista como un trabajo ni por sus compañeros ni por ellas mismas. Sin embargo, en los últimos años la presencia de las clasificadoras logró más visibilidad dentro del sector y otro reconocimiento por sus pares, gracias a la participación en cooperativas de clasificadores. El esquema de cooperativa implica cumplir determinadas rutinas y que los roles sean rotativos, la búsqueda por una paridad de tareas, pero también de remuneración, derechos y autonomía.
“A mí lo que me gusta del trabajo es que soy independiente, que yo me puedo valer por mí misma, que no me quedo sentada a que me vengan las cosas, que yo dependo de mí misma, que puedo salir, que trabajo como trabajan otros, como que lucho, me siento útil, eso es lo que me gusta”, indica una clasificadora en un estudio sobre dimensión de género en la clasificación de residuos domésticos.
Además, algunas destacan que se sienten “más identificadas con un hombre que con una mujer por lo que genera el trabajo, por la fuerza que hay que hacer, por el lucharla día a día”.
La tarea de depósito (intermediarios a los que se les vende lo recuperado) sí queda más determinada para los varones, exceptuando alguna mujer viuda, o sola, dada la incomodidad que sienten en esos lugares donde “son todos hombres y empiezan a joder y a reírse y a hablar, a tomar algo y no me siento cómoda”.
Una dimensión en la que no se distinguen varones de mujeres clasificadorxs es en la salud. Ambos géneros presentan dolores de espalda, quemaduras de piel, dolor de cabeza, cortes y pinchazos. Viviendo entre un techo de chapa y piso de barro, las ratas, y tener diarreas infecciosas son presencia habitual. Pero ellas también padecen pérdida de embarazos trabajando en la cantera y pulmones perforados por la sumatoria del asma, fumar sin freno y mala alimentación para darle de comer a sus hijos antes que a ellas.
Y la discriminación, la violencia más obvia hacia este sector, a través de los desplantes e insultos que reciben constantemente por la población: “Discrimina mucho la gente, hay gente que atropella, lastima, putean, te miran con mala cara. No les doy importancia, los esquivo. Los mato con la indiferencia; porque sino es discriminarte vos misma y creerte menos que ellos. Ricos y pobres vamos todos para el mismo cajón.”
“Porque trabajemos de la basura no significa que no seamos seres humanos porque somos todos iguales. Bueno, ellos tienen trabajo, nosotros no, pero tenemos para comer. Y quizás nosotros trabajando en la calle tenemos un poco más de felicidad que ellos que tienen plata”, reflexiona una joven de 22 años [4].
Las violencias pueden estar en todos lados: calles, hospitales, casas; pueden no ser tangibles: ser insultos, negar trabajo por tal o cual razón; y pueden no estar en ningún sitio. Desentrañando apenas algunas esferas de las mujeres, podemos conocernos un poco más y repensarnos como discriminadorxs y discriminadxs.
En pocas páginas no entran todas las mujeres, pero están presentes en los subterfugios de cada línea. Mujeres, activas, militantes, luchadoras, laburantes, madres, casadas, solteras y viudas. Solas. Afro y no-afro. Defendiendo origen, identidad de género. Queriendo ser. Tal vez esta fecha, en este almanaque que recién comienza, podamos verlas de otra manera y acompañarlas, podamos retomar los versos de la cantante mexicana Lila Downs y caminar junto a la mujer un rato, recordando quién nos parió.

Notas: 
1. Video de entrevista a Diana Maffía en el noticiero semanal Visión 7 Internacional (Canal 7 Argentina), febrero 2011: http://www.youtube.com/watch?v=evbqimiwoSY
 

2. Lema de la Campaña Nacional por el Aborto Legal y Gratuito en Argentina: “Educación Sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
 

3. Inmujeres, La población afrodescendiente en Uruguay desde una perspectiva de género. Cuadernos del Sistema de Información de Género, Uruguay, Nº 1, julio, 2010. Utilización de microdatos de la Encuesta Continua de Hogares (ECH) 2008 del Instituto Nacional de Estadística (INE).

4. La información vertida en este artículo sobre mujeres clasificadoras surge de las conclusiones vertidas en el estudio del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (CIEDUR): “Informe de investigación Fase II: Dimensiones de género en el manejo de los residuos domésticos”, autoras: Alma Espino y Nicole Bidegain, 2010.


Publicado en La Callejera nro. 4, marzo 2011.

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