viernes, 18 de marzo de 2011

Japón: El desastre luego del desastre

Por José da Cruz

Escribo el viernes 18 de marzo. Según los titulares, la autoridad para la seguridad nuclear del Japón indica que mañana sábado se restablecería el suministro de energía eléctrica de los reactores 1 y 2 de Fukushima. Hay seis reactores y del uno al cuatro tienen daños.  El martes, el presidente de la Autoridad de Regulación Nuclear de Estado Unidos había informado de “altos niveles de radiación” en la planta nuclear. Agregó: “Creemos que la muralla secundaria de confinamiento ha sido destruida [en el reactor 4], que no hay más agua en las piscinas con los combustibles gastados y que los niveles de radiación son extremadamente elevados”.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) confirmó ese día que la explosión de hidrógeno en el reactor 2 podría haber dañado la estructura de aislación del mismo, pero es un daño “limitado, calculado en menos del cinco por ciento del combustible”.
¿Será tan fácil generar electricidad, cuatro días después de estas declaraciones?
Nos enteramos de mucho y nada, y lo que nos muestran confunde y angustia. ¿Qué quiere decir “menos del cinco por ciento del combustible”? ¿Diez kilos? ¿25 toneladas? ¿Cuánto irradia, cuánto ensucia, cuánto amenaza?
El terremoto alcanzó 8,9 en la escala de Richter, un valor nunca antes registrado. La famosa Escala de Richter ¿va del uno al diez, del cero al infinito? ¿Mide sacudidas, daños, velocidad de las ondas? [1]
El martes se midió una radiación de 400 milisieverts por hora [2]. Los médicos indican que “expuesto a partir de 100 milisieverts, el cuerpo humano registra un aumento del número de cánceres”. ¿Quién, dónde, cómo, por qué, cuántas horas de exposición? ¿Se trata del cuerpo humano de un bebé, de un ingeniero atómico, del primer ministro?
Estos datos volcados en la prensa como quien reparte barajas tienen, más allá de informar a quien entienda, otra misión: demostrar que todo está medido y pesado, bajo control.  Lo excepcional pasó y vamos en un seguro regreso a la normalidad. Es habitual en los desastres.
En este caso se sumó la sombra de ese gran monstruo que recorre el mundo: la radioactividad. No se ve, no se toca, no se huele, nadie tiene instrumentos para medirla salvo determinadas instituciones, nadie sabe a cuánto está expuesto, qué me pasará en un año, en dos, en cinco.
No olvidemos el resurgimiento de la euforia nuclear. Hay enormes intereses militares y económicos detrás de esta industria. Alguien ha decidido que las plantas nucleares son la solución para el abastecimiento energético del mundo “emergente”; es decir, nosotros. El petróleo hay que reservarlo para los ricos. En nuestro país “se necesita” una central nuclear y un terremoto allá, del otro lado del mundo, no va a detener a los filonucleares.
Imagino la argumentación que se viene: “Si la empresa TEPCO, dueña de Fukushima, hubiera seguido mejor las rutinas de seguridad... La naturaleza atacó de forma nunca antes vista... El factor humano... No tenían tecnología de punta, pues los seis reactores fueron construidos entre 1970 y 1979... La radiactividad desaparecerá en el mar...”, etcétera.
No pueden existir centrales garantidas al cien por ciento, no existen personas libres del factor humano, no existen sociedades blindadas y la historia geológica de la Tierra continúa. Hay que repetirlo con paciencia de docente.
La atención prestada al asunto atómico opacó por completo la dimensión humana. Cifras de hoy hablan de unos 15 mil muertos, seguramente más, y recién se están reuniendo informes parciales. Tal vez tome un mes tener en la mano datos confiables. Está claro que hay 850 mil hogares sin servicios y 350 mil evacuados.
Son cifras terribles, pero es necesario ponerlas en relación a la realidad. Japón es un país pequeño, algo más del doble del Uruguay, y allí viven unos 130 millones de personas o unas 340 por kilómetro cuadrado, mientras en Uruguay lo hacen 19. Sea cual fuere el desastre habrá muchas víctimas simplemente por la cantidad de gente y la densidad de los poblados.
Los damnificados directos no alcanzarán al uno por ciento de la población, pero los indirectos, especialmente los afectados por dosis anormales de radiación, difícilmente puedan contarse.
Las pérdidas materiales ni se nombran y suelen contarse en vagas estimaciones de las empresas de seguros o los ministerios de economía. Además, en un país rico como Japón los costos por infraestructura, materiales e instalaciones dañadas serán altísimos, pero el país estará muy lejos de entrar en crisis por cubrirlos.
Algunos artistas de Hollywood anuncian que donarán millones de dólares, el Papa promete oraciones por las víctimas y las colectas comienzan en muchos países. Su efectividad es simbólica y empática, pero no real. No estoy en contra ni critico los esfuerzos humanitarios y la solidaridad, pero no creamos que esto sustituye al esfuerzo de las instituciones y ciudadanos locales, quienes a la larga tendrán a su cargo la reconstrucción.

Notas:
1. La escala de Richter indica cuánto oscila la aguja de un sismógrafo con las vibraciones de un terremoto. Las cifras aumentan en proporción geométrica. Un temblor de 4 puntos es muchas veces más fuerte que uno de 2, y no el doble.

2. El sievert mide la dosis de radiación absorbida por la materia viva, corregida por los posibles efectos biológicos producidos. La cantidad de radiación que reciben las personas se mide en “milisieverts”. Otros efectos radiactivos se miden en becquerel, gray o rem.

J. da Cruz, corresponsal de La Callejera en Brasil, es geógrafo especialista en desastres.
Publicado en La Callejera nro. 4, marzo 2011.

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